Bronca Marchada en Arco Iris (Junto a Virginia Giacobbo).
Avenida Avellaneda. Barrio de Flores. Mañana pálida. Paredes murgueras, como testigos. Ritmos ausentes. Calles demacradas por la inexorable vejez del tiempo. Escenografía de verdes, rojos y amarillos empañada de dolor y reclamos desgarrados. Vergüenza. Dignidad. Justicia. Explotación. Esclavitud. Reivindicaciones. Posiciones encontradas. Tristeza. Imágenes. Pancartas. Gestos. Banderas en corazones. Memoria. Fuego encendido.
El fuego comenzó a arder el jueves 30 de marzo, en Caballito, con la muerte de dos adultos y cuatro chicos de nacionalidad boliviana que vivían y trabajaban en una fábrica clandestina, inhumana, junto a más de 60 personas. El siniestro dejó al descubierto una red de explotación y trabajo ilegal que padecían miles de ciudadanos bolivianos que vinieron a la Argentina en busca de un futuro mejor.
El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires encabezó, desde el lunes 4 de abril, una serie de inspecciones que desembocaron en el cierre y clausura de 52 talleres clandestinos de explotación. Dicho escenario generó la inmediata reacción de la comunidad boliviana de trabajadores al ver truncada la única de posibilidad de subsistir.
“Aquí no hay esclavos, hay trabajadores”, rezaba uno de los carteles protagónicos en la marcha que realizaron mas de 2000 bolivianos, por las calles de Buenos Aires para reclamar trabajo en blanco y la legalización de ciudadanos indocumentados. Además de cortar la calle Avellaneda del barrio de Flores, la colectividad boliviana marcho el pasado jueves por las calles de Once.
En la marcha hubo posiciones encontradas. Sentados en las veredas, con pancartas y banderas de Bolivia, los manifestantes pedían a los gritos “precios justos” por su trabajo y desmentían una relación de explotación. Otros, en cambio, reconocían ser explotados y trabajar más de dieciséis horas por precios irracionales. “La paga es muy mala, nosotros queremos trabajar dignamente” repiten varias mujeres que con sus hijos a cuestas trajinan, cansinamente, por el asfalto.
Los líderes de la manifestación se detuvieron en algunos accesos de los comercios y hubo tensión. Los empleados, atemorizados, cerraban las puertas de los locales. Los dueños de los negocios se enfrentaban a los manifestantes y argumentaban “Nosotros no los obligamos a trabajar 18 horas. Ustedes mandan plata a sus familiares en Bolivia, Si trabajan 18 horas es porque quieren. Que el Gobierno se ponga las pilas y que no corten mi calle.”. Paralelamente, los trabajadores textiles exigían “un tiempo prudencial para que los talleres se pongan en blanco”.
Barrio de Once. Dos agujazos posteriores al mediodía. El sol observa desde un plano senital. Marcha de la bronca. El imperio textil de cada esquina observa a sus hacedores. Destino Plaza de Mayo. “Evo te necesitamos, donde estás?” pregunta uno de las postales de la jornada sostenida por una ciudadana boliviana que participaba de la movilización.
El fuego comenzó a arder el jueves 30 de marzo, en Caballito, con la muerte de dos adultos y cuatro chicos de nacionalidad boliviana que vivían y trabajaban en una fábrica clandestina, inhumana, junto a más de 60 personas. El siniestro dejó al descubierto una red de explotación y trabajo ilegal que padecían miles de ciudadanos bolivianos que vinieron a la Argentina en busca de un futuro mejor.
El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires encabezó, desde el lunes 4 de abril, una serie de inspecciones que desembocaron en el cierre y clausura de 52 talleres clandestinos de explotación. Dicho escenario generó la inmediata reacción de la comunidad boliviana de trabajadores al ver truncada la única de posibilidad de subsistir.
“Aquí no hay esclavos, hay trabajadores”, rezaba uno de los carteles protagónicos en la marcha que realizaron mas de 2000 bolivianos, por las calles de Buenos Aires para reclamar trabajo en blanco y la legalización de ciudadanos indocumentados. Además de cortar la calle Avellaneda del barrio de Flores, la colectividad boliviana marcho el pasado jueves por las calles de Once.
En la marcha hubo posiciones encontradas. Sentados en las veredas, con pancartas y banderas de Bolivia, los manifestantes pedían a los gritos “precios justos” por su trabajo y desmentían una relación de explotación. Otros, en cambio, reconocían ser explotados y trabajar más de dieciséis horas por precios irracionales. “La paga es muy mala, nosotros queremos trabajar dignamente” repiten varias mujeres que con sus hijos a cuestas trajinan, cansinamente, por el asfalto.
Los líderes de la manifestación se detuvieron en algunos accesos de los comercios y hubo tensión. Los empleados, atemorizados, cerraban las puertas de los locales. Los dueños de los negocios se enfrentaban a los manifestantes y argumentaban “Nosotros no los obligamos a trabajar 18 horas. Ustedes mandan plata a sus familiares en Bolivia, Si trabajan 18 horas es porque quieren. Que el Gobierno se ponga las pilas y que no corten mi calle.”. Paralelamente, los trabajadores textiles exigían “un tiempo prudencial para que los talleres se pongan en blanco”.
Barrio de Once. Dos agujazos posteriores al mediodía. El sol observa desde un plano senital. Marcha de la bronca. El imperio textil de cada esquina observa a sus hacedores. Destino Plaza de Mayo. “Evo te necesitamos, donde estás?” pregunta uno de las postales de la jornada sostenida por una ciudadana boliviana que participaba de la movilización.
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