lunes, octubre 16, 2006

El almacén en la escenografía barrial: algo más que un simple negocio (Junto a mi Gran Amigo Juan Pedro Legarreta)


Barrio del Gran Buenos Aires. Esquina del infinito. 9:00 horas. La lluvia baña los novedosos adoquines. A 100 metros se divisa la parada del tranvía. Los árboles expresan su verde vitalidad y dejan ver las casas de techos bajos. Sombreros deambulan por las calles.
- Buenas tardes señor
- ¿Qué te doy muchacho? (con acento italiano)
- Deme 500 gramos de harina y una docena de huevos.
- ¿Algo más muchacho?
- No, gracias. ¿Va a votar mañana?
- No, soy extranjero...

Barrio del Gran Buenos Aires. Esquina del infinito. 9:00 horas. La lluvia baña el asfalto. Los autos viajan hacia el punto de fuga. Los enormes edificios son las lápidas de los árboles que alguna vez existieron. Entre los viejos adoquines se escurre el día.
- Buenas...
- ¿Qué te doy campeón?
- Dame 200 de paleta y 100 de queso.
- Debe estar contenta la abuela... digo, porque ganó Cristina.
- Y si, está insoportable
- Bueno, mandale saludos
- Listo, gracias Juancito...

Los almacenes, a lo largo de la historia de las ciudades, han ocupado un lugar preponderante en la geografía barrial. Pero no solamente se presentan como elementos de la escenografía de barrio, sino que se establecieron como uno de los espacios urbanos donde el día a día se debatía, y se debate, y en el interior del cual se van configurando relaciones sociales interpersonales.
A fines de los ’80 y principios de los ‘90, con el surgimiento y la instalación de los grandes supermercados a lo largo y a lo ancho de las ciudades, los almacenes barriales se vieron golpeados y temieron perder el rol protagónico económico y social que jugaban en el teatro barrial.
Desde su génesis y proliferación en el marco de la geografía bonaerense, los almacenes o mercaditos se fueron constituyendo no sólo como el lugar de las compras familiares, sino también, a la par de esta relación económica, como un ámbito social de debate cotidiano acerca de las principales cuestiones que atañen a las vidas de los individuos que habitan o transitan en el barrio.
Entre los almaceneros y las personas que van a comprar se genera una relación estrecha, de confianza. De esta manera, el almacenero se fue configurando como un personaje típico del barrio, una especie de vocero que escucha los problemas y diversos comentarios que los mortales le confían. El almacenero podría llegar a hacer las veces de director técnico del equipo de fútbol barrial, aquél que fiaba a familias humildes, el que otorgaba un espacio para la divulgación de los oficios a través de avisos que empañaban el mostrador, o incluso aquél que reflexionaba sobre problemas familiares otorgando soluciones inmediatas
Juan Focatti, más conocido como “Juancito” en el barrio, es un hombre canoso de unos 50 años, baja estatura, nariz prominente y lenguaje argentino con deslices italianos. En 1982 heredó el almacén “Italpast” que su padre había instalado en Temperley, allá por 1935. Recuerda que el negocio encabezado por su padre “era el lugar preferido del barrio. Todas los festejos navideños y los fin de año, la gente se reunía en la esquina del almacén para brindar y festejar todos juntos”.
El viaje emprendido por los almacenes fue encontrando a lo largo de su recorrido diversos abatares que pusieron “en jaque” su papel económico y social.
El auge de la lógica inmediatista del mercado fue el terreno mejor sembrado para la cosecha capitalista de las grandes cadenas de supermercado, certificando, de esta manera, el acta de defunción de muchos almacenes y mercaditos. Los barrios se despedían de la cálida atención de los Miguel, Juancito, Don Marcos... para acostumbrarse a la impersonalidad de la cajera 4 o 17. La gente dejaba de encontrarse con sus vecinos y conocidos en una experiencia colectiva diaria, para empezar a formar colas esporádicas relacionadas a prácticas individualistas. “Si hacés una compra grande conviene ir al supermercado porque los precios son más bajos, pero allí se da una relación más fría, mientras que en el pequeño negocio de barrio el almacenero te conoce. Incluso, uno como persona se ha integrado a la sociedad realizando los primeros mandados en el almacén de la zona”, afirma Zunilda Balza, una bella mujer de unos 47 años de edad que vive en Lomas de Zamora.
Los almacenes que lograron resguardarse de este huracán tuvieron que desarrollar ciertas estrategias de diversos grados, para subsistir en un mercado gobernado por la publicidad de los bajos precios.
Miguel Ángel Saccone, hombre de unos 60 años, se decidió a colocar un almacén hace 10 años junto a su señora Juana, en la esquina de Alem y Pereyra Lucena, en Lomas de Zamora. Esto ocurrió luego de que ambos quedaran desempleados por el cierre de una clínica psiquiátrica en la que trabajaban como jefe de mantenimiento y como cocinera, respectivamente. La infancia de este proyecto le rindió sus frutos económicos a él y a su esposa, hasta que dos supermercados se instalaron en las cercanías del barrio y la demanda comenzó a diluirse. Todo esto sumado a la disminución de los salarios de la clase media y baja. Por ende, “tuvimos que achicarnos y quedarnos con un local más pequeño en lugar de los dos que teníamos”, relata Miguel, luego de atender a una señora de 50 años que se queda charlando durante unos instantes.
A pesar de sostener que no se puede competir con los precios de los supermercados, Miguel agrega que “la gente es fiel con el almacenero y a pesar de que le vendés un poco más caro el trato cotidiano tiene mucho que ver. Uno es una especie de psicólogo, la gente viene y te comenta cosas que quizás no se las cuenta ni a los familiares (...) Hay una comunicación muy interesante, con mucha confianza de ambos lados que a nosotros (él y su esposa) nos reconforta”.
Barrio del Gran Buenos Aires. Esquina del infinito. 20:00 horas. La luna maquillada por las nubes ilumina el escenario. Los autos vuelven desde el punto de fuga. Los enormes edificios abren sus innumerables ojos de luz. El reflejo de los altos faroles dibuja geometrías urbanas en la pana de adoquines. Juan comienza a bajar el párpado metálico de su almacén, cuando una sombra aniñada se acerca en bicicleta. Entonces Juan abre nuevamente la cortina y pregunta: “¿qué te doy campeón?”

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

que tan necesario es que lea todo el tremendo texto que te mandste????
La verdad lukitas es que no me tome el tiempo indicado para hacerlo.... simplemente pasoa dejar una firmita para que no te olvides de la conchuda!

besos
Deby

3:26 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

eh
cuñataí
escribite algo nuevo, dale
estao esta bueno, pero usado

4:48 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

La verdad, es que tu reflexión es hermosa y profunda y te digo más: sostienen en algunos casos, sobre todo en el interior del país, la economía doméstica de un centenar de familias, ni más ni menos que a base de confianza. Y cobran, eh, que cobran y ganan plata y siguen en el barrio, de 8 a 14, 14.30 y de 17 a 22,30, 23:00 horas, apuntalando los únicos espacios de la vida que todavía la gente se sigue apropiando. Los barrios, las villas, los lugares resistentes ante la voracidad de la comercialización del mercado que los convierten en lugares donde estar significa pagar un precio.

4:50 p. m.  

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