La Despedida
Año 1930. Una flamante actriz de cemento se daba cita inaugural en Peña y Arenales. Banfield y River oficiaban como gala futbolera funcional. Una nueva sombra inundaba el campo de juego del Taladro. Sombreros y galeras personificaban la muchedumbre y se sucedían en una perfecta coreografía diseñada al compás de la gesta arquitectónica. El teatro banfileño invitaba a la pasión “bajo techo”, mientras la insignia albiverde sonreía petrificada al ver cómo el monumento cobraba vida propia con la asistencia popular.
Los ecos de la gloria comenzaban a deslizarse sollozos por la partitura histórica del club. “La Techada” se erigía majestuosa en el paisaje banfileño.
“La Techada”, a lo largo de su historia, fue la espectadora predilecta de sueños, fracasos, redenciones y suspiros albiverdes. Tenía el privilegio de recibir en su seno cada salida del Taladro al campo de juego. El primer equipo posaba como ofrenda mítica ante sus ojos. El “Gran” Eliseo Mouriño, el “Nene” Maidana, Julio San Lorenzo y “Garrafa” Sanchez, entre otros, elegían su sombra como escenario de pleitesía, para hilvanar el recorrido mágico de un balón que se metamorfoseaba en suspiros alabatorios ante cada taco, sombrero, caño o gambeta.
En sus recovecos se escondía el llanto de las frustraciones. Su techo permanecía inmóvil ante el diluvio de derrotas y malas campañas.
“La Techada” se embellecía con el acordeón de gritos históricos. Sus murales se decoraban con cada viaje inolvidable al corazón. Un corazón que rebalsaba de campañones, ascensos, grandes victorias y subcampeonatos.
En sus pasillos se trocaban las correrías de niño por un amor eterno e incondicional al taladro. En su piel rugosa descansan las caricias conmovedoras de aquellas personas que, a través del viento, alientan desde el cielo.
Año 2006. La última fecha del campeonato es la excusa ideal para la última imagen. Se despide “La Techada”, hoy Pedro Chassón. Permanece majestuosa como el primer día. Arlequines y gorritos parecen reemplazar los sombreros de antaño. El sentimiento es el mismo. 76 años han pasado desde su primer retrato. Los asientos que fueron quedando vacíos han sido ocupados por otras personas que perpetúan el amor hacia el Taladro. Ya no están las butacas de madera, ni las tres filas pegadas al alambrado. Las hermanas mellizas ya se han despedido tiempo atrás. Llegó la hora de su propio adiós. Un adiós que la encuentra firme, esbelta, como si no le importase la competencia juvenil dispuesta a sus costados. La Osvaldo Fani, la Mouriño y la Valentín Suarez le rinden homenaje a la más sabia, a la que se le inundaron los ojos de tanta historia, de tantos ídolos, de tanto fútbol. El escudo del Taladro se ve invadido de melancolía y pareciera “piantar” sus ojos hacia el horizonte. “Vaya si las despedidas son tristes”, afirma el “Lencho Sola”. Hoy nos deja “La Techada”. Se despide un pedazo grande de la historia del club. Con ella viajan recuerdos, amigos, padres, abuelos, hermanos. No es un pasaporte al olvido, sino un viaje eterno al recuerdo albiverde.
Los ecos de la gloria comenzaban a deslizarse sollozos por la partitura histórica del club. “La Techada” se erigía majestuosa en el paisaje banfileño.
“La Techada”, a lo largo de su historia, fue la espectadora predilecta de sueños, fracasos, redenciones y suspiros albiverdes. Tenía el privilegio de recibir en su seno cada salida del Taladro al campo de juego. El primer equipo posaba como ofrenda mítica ante sus ojos. El “Gran” Eliseo Mouriño, el “Nene” Maidana, Julio San Lorenzo y “Garrafa” Sanchez, entre otros, elegían su sombra como escenario de pleitesía, para hilvanar el recorrido mágico de un balón que se metamorfoseaba en suspiros alabatorios ante cada taco, sombrero, caño o gambeta.
En sus recovecos se escondía el llanto de las frustraciones. Su techo permanecía inmóvil ante el diluvio de derrotas y malas campañas.
“La Techada” se embellecía con el acordeón de gritos históricos. Sus murales se decoraban con cada viaje inolvidable al corazón. Un corazón que rebalsaba de campañones, ascensos, grandes victorias y subcampeonatos.
En sus pasillos se trocaban las correrías de niño por un amor eterno e incondicional al taladro. En su piel rugosa descansan las caricias conmovedoras de aquellas personas que, a través del viento, alientan desde el cielo.
Año 2006. La última fecha del campeonato es la excusa ideal para la última imagen. Se despide “La Techada”, hoy Pedro Chassón. Permanece majestuosa como el primer día. Arlequines y gorritos parecen reemplazar los sombreros de antaño. El sentimiento es el mismo. 76 años han pasado desde su primer retrato. Los asientos que fueron quedando vacíos han sido ocupados por otras personas que perpetúan el amor hacia el Taladro. Ya no están las butacas de madera, ni las tres filas pegadas al alambrado. Las hermanas mellizas ya se han despedido tiempo atrás. Llegó la hora de su propio adiós. Un adiós que la encuentra firme, esbelta, como si no le importase la competencia juvenil dispuesta a sus costados. La Osvaldo Fani, la Mouriño y la Valentín Suarez le rinden homenaje a la más sabia, a la que se le inundaron los ojos de tanta historia, de tantos ídolos, de tanto fútbol. El escudo del Taladro se ve invadido de melancolía y pareciera “piantar” sus ojos hacia el horizonte. “Vaya si las despedidas son tristes”, afirma el “Lencho Sola”. Hoy nos deja “La Techada”. Se despide un pedazo grande de la historia del club. Con ella viajan recuerdos, amigos, padres, abuelos, hermanos. No es un pasaporte al olvido, sino un viaje eterno al recuerdo albiverde.